Un lugar de literatura: Libros que leo

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jueves, 29 de mayo de 2025

Kafka y “La Metamorfosis”: cuando la literatura se convierte en espejo

         

    Es difícil encontrar en la historia de la literatura una vida más “kafkiana” que la del propio Franz Kafka. Nació en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, en 1883. Era miembro de una familia judía germanófona, razón por la cual escribió su obra en alemán, aunque con frecuencia se lo considere un autor checo.

    No alcanzó la fama durante su vida. Es más: en el lecho de su prematura muerte, solicitó que toda su obra fuese lanzada a las llamas. De no haber sido porque su amigo Max Brod desoyó esta petición, es probable que sus escritos hubiesen pasado inadvertidos. Kafka murió a los cuarenta años, en Viena, en 1924, a causa de la tuberculosis.

    Su padre, Hermann Kafka, fue un comerciante judío de infancia precaria, obligado a trabajar desde muy joven. Franz se dolía del hecho de que su padre solía restregarle a la familia las penurias que había padecido. De más está decir que la relación entre ambos fue conflictiva, por decir lo menos.

    La influencia que ejerció su padre en su vida es notable, pero cabe preguntarse: ¿hasta qué punto es relevante en su obra? Esta es la vieja cuestión de si existe o no una relación entre la vida y la creación literaria. En el caso de Kafka, es pertinente analizar si su producción refleja su existencia, si sus personajes son proyecciones de sus sentimientos y pensamientos. Más de una vez confesó que la literatura era su único refugio de libertad, el único consuelo en un mundo incomprensible. Mediante ella, dialogaba consigo mismo y exteriorizaba sus inquietudes.

    El padre influye, provocando en el autor un profundo sentimiento de inferioridad que se proyecta en el fatalismo de sus obras y en el carácter de sus protagonistas: perseverantes, valientes y desafiantes ante un mundo absurdo. El padre representa, además, a una sociedad avasalladora e injusta, que niega la individualidad y ahoga las aspiraciones humanas. Los protagonistas son el propio Kafka rebelándose en la ficción, y no en la vida real, contra ese eje tiránico padre-sociedad. Son rebeldes pacíficos que practican una forma de desobediencia civil. Mediante la literatura, Kafka pudo finalmente decirle a su padre: “Te he vencido. Estoy por encima de ti”.

    Su madre, Julie, provenía de un entorno menos adverso. Fue una mujer sumisa. Kafka tuvo dos hermanos mayores que fallecieron prematuramente y tres hermanas menores que posteriormente murieron en campos de concentración nazi.

    Pero no es el objetivo de este texto reflexionar exclusivamente sobre la biografía de Franz Kafka, sino hacer una reseña de la que es, tal vez, su obra más célebre: "La metamorfosis".

Podríamos calificar "La metamorfosis" como un cuento largo o una novela corta, pues no es de gran extensión. Fue publicada por primera vez en 1915, al inicio de la Primera Guerra Mundial, y es una de las pocas obras que el autor logró publicar en vida.

Desde sus primeras líneas (ya desde su frase inicial) el relato golpea con la fuerza de un mazazo: Gregorio Samsa, tras un sueño intranquilo, despierta una mañana cualquiera transformado en un horripilante insecto. Es un viajante de comercio que trabaja para una tienda de telas, y de él depende económicamente toda su familia. Al principio cree que su malestar se debe a una pesadilla, pero pronto descubre que ha perdido su forma humana. Examina su nuevo cuerpo: innumerables patas, un abdomen inflado, un caparazón en lugar de su espalda y mandíbulas en el rostro.

    A pesar de lo horrible de su nueva condición, su primera preocupación es justificarse ante sus jefes. Intenta levantarse, pero acostado sobre el caparazón, y pese a sus esfuerzos por balancearse, le resulta imposible. Su familia comienza a inquietarse y lo llama a través de la puerta. La empresa también se alarma: era raro que faltara al trabajo. El gerente decide ir a su casa. Gregorio ya no puede hablar con claridad, y se niega a abrir. El gerente se impacienta, lo regaña y lo amenaza con despedirlo.

    Con gran esfuerzo, Gregorio logra abrir la puerta y asoma la cabeza. Su familia y el gerente se horrorizan al verlo convertido en un enorme escarabajo. El jefe huye espantado, su madre se desmaya y su padre lo encierra a puntapiés en su habitación. La familia, invadida por la frustración, no sabe cómo enfrentar la situación. El desprecio de su padre se hace evidente. Su madre se desmaya repetidamente al verlo, lo que irrita aún más al padre, quien llega a lanzarle manzanas con tal violencia que una de ellas le hiere gravemente. La herida se infecta.

    La única que demuestra afecto es su hermana Grete, quien lo alimenta y limpia su habitación, aunque con el tiempo esa empatía da paso a la repulsión. Gregorio, por su parte, se esconde para no causar sufrimiento. Pero necesita amor. Un día, al descubrir su gusto por trepar paredes y techos, su madre y hermana deciden quitar los muebles. Su herida se agrava y nadie lo cuida. Como ya no puede trabajar, alquilan una parte de la vivienda a tres hombres, manteniéndolo en secreto. Todo funciona hasta que Gregorio sale de su habitación para escuchar a Grete tocar el violín, lo que espanta a los inquilinos. Estos se niegan a pagar y se marchan.

    Agotada, su hermana propone deshacerse de él. Todos están de acuerdo. Gregorio, sumido en una profunda tristeza, deja de alimentarse. Finalmente, la criada encuentra su cuerpo sin vida y lo arroja a la basura. La familia, ligeramente apenada pero sobre todo aliviada, sale a pasear. Notan que Grete se ha convertido en una joven agraciada y comienzan a planear su matrimonio. Así concluye la novela.

    Lo primero que podemos decir de "La metamorfosis" es que se trata de un relato fantástico. Pero merece un análisis más profundo. Su simbolismo y psicología (presentes en toda la obra de Kafka) hacen de este autor un genio de la literatura universal. La novela está marcada por los estragos de la Primera Guerra Mundial. En ella se reflejan problemáticas sociales, políticas y económicas. El mundo cambiaba, y las personas luchaban por preservar su individualidad en una modernidad cada vez más deshumanizada.

    Desde el inicio, Gregorio, como jefe de familia, se preocupa por la economía del hogar. Su transformación es un obstáculo para seguir trabajando. Su cuerpo de insecto simboliza su pérdida de valor como proveedor. Su intento de comunicarse representa el aislamiento del ser humano moderno. Aunque conserva sus pensamientos, va perdiendo humanidad: desarrolla gusto por la comida podrida, y al ser tratado como un insecto, termina siéndolo en cuerpo y alma.

    Gregorio pasó de ser el sustento familiar a una carga insoportable. Kafka plantea una pregunta inquietante: ¿Qué valor tenemos para quienes nos rodean cuando ya no podemos cumplir un rol productivo? El protagonista es querido solo mientras es útil. Cuando cae en desgracia, es repudiado. Su familia muestra una actitud egoísta: Gregorio es visto solo como proveedor. Vive rodeado de gente, pero en soledad. No tiene amigos, ni vínculos laborales reales. Su transformación le revela su aislamiento. Rechazado por quienes ama, se entrega a la muerte como única salida.

    En suma, "La metamorfosis" es una parábola sobre la alienación, la deshumanización y la fragilidad del afecto cuando este depende del cumplimiento de un rol funcional. Una obra brutal y lúcida, que invita a vernos en el espejo de Gregorio Samsa.


    Saludos.



miércoles, 23 de abril de 2025

¿Somos realmente libres? "Sobre la libertad" y el legado de John Stuart Mill

    Vivimos tiempos de turbulencia. Nos encontramos atrapados en una crisis constante que parece no tener fin. Las palabras libertad, democracia y pueblo resuenan en cada rincón, pero rara vez logramos comprenderlas en toda su magnitud. Son utilizadas como emblemas de lucha por los sectores más disímiles. Apropiadas, distorsionadas, y vaciadas de su verdadero contenido. Mientras tanto, las democracias liberales que alguna vez se consideraron consolidadas comienzan a mostrar signos de agotamiento: polarización extrema, ciudadanos desinformados, instituciones débiles, y poderes que operan sin control ni rendición de cuentas.

    En este contexto, regresar a las raíces del pensamiento liberal no es una mera tarea académica, es un acto de resistencia cultural, una necesidad urgente. Sin una comprensión clara y compartida de lo que realmente significa ser libres, los cimientos mismos de nuestra convivencia comienzan a desmoronarse.

    Es la primera vez que comento una obra de carácter filosófico y de "no ficción" en mi canal. La verdad, no siento que haya sido yo quien eligió este texto; más bien, fue el texto el que me escogió a mí. Mi preocupación por el futuro de la humanidad es profunda, especialmente al observar el panorama tanto a nivel nacional como internacional. La libertad es uno de los pilares fundamentales sobre los cuales se ha edificado nuestra civilización.

    Así fue como llegó a mis manos "Sobre la libertad" de John Stuart Mill, un texto imprescindible en cualquier biblioteca. No se trata solo de un tratado filosófico, es una brújula para quienes creemos en la libertad. En sus páginas, Mill defiende de manera apasionada la autonomía individual, el pensamiento crítico, y la acción libre y responsable. Pero, sobre todo, es un llamado a no dar por sentada la libertad, a comprenderla, ejercerla y protegerla como el derecho humano más sagrado.

    Hoy, más que nunca, debemos interrogarnos nuevamente: ¿Somos realmente libres, o estamos sometidos a nuevas formas de opresión, más sutiles, más cómodas, pero igualmente peligrosas?

    Si te interesa conocer mi reflexión sobre estas cuestiones, te invito a quedarte hasta el final de este vídeo.


    ¿Quién fue John Stuart Mill?:

    John Stuart Mill nació en Londres en 1806, en el seno de una familia intelectual. Su padre, James Mill, filósofo y economista escocés, lo educó bajo una rigurosa formación racionalista. A los tres años leía griego; a los ocho, dominaba el latín. Desde su infancia fue preparado para convertirse en un pensador crítico, libre y profundamente analítico.

    Es una de las mentes más influyentes del pensamiento liberal del siglo XIX. Economista, lógico, filósofo político, fue también defensor de los derechos individuales, de la educación pública, del sufragio femenino y de la libertad de pensamiento en su sentido más amplio y comprometido. Entre sus obras más relevantes destacan "Principios de economía política", "El utilitarismo" y, por supuesto, "Sobre la libertad" ("On Liberty"), publicada en 1859: un texto que desafía las conciencias adormecidas y nos interpela aún hoy.

    Mill no solo buscó la felicidad general, sino que puso en el centro de su pensamiento el desarrollo pleno del individuo como ser autónomo, consciente y responsable. Su legado excede lo doctrinario: es una advertencia lúcida frente a los peligros del conformismo, la mediocridad intelectual y la tiranía de las mayorías.

    Falleció en Aviñón, Francia, en mayo de 1873, a los 66 años, víctima de una infección respiratoria. Pero su voz persiste. Leer a Mill no es mirar el pasado: es intentar comprender la libertad como desafío permanente. Es, también, recuperar el alma crítica de la democracia.

    

    "Sobre la libertad":
    "Sobre la libertad" es un ensayo que se compone de una introducción y cinco capítulos, pero su arquitectura va más allá de una mera división formal. Lejos de una estructura académica, el texto se despliega como una conversación íntima con el lector. Cada capítulo abre una puerta distinta hacia el corazón del problema de la libertad, abordando con rigor y sensibilidad sus múltiples dimensiones: la libertad de pensamiento y de expresión, la libertad de acción y de vida, los límites legítimos del poder que la sociedad puede ejercer sobre el individuo, y finalmente, el cultivo interior del carácter como fundamento de una existencia verdaderamente libre.

      Mill no ofrece recetas ni fórmulas. Su método es el del razonamiento pausado, del diálogo socrático, de la provocación reflexiva. Nos interpela no como súbditos ni como alumnos, sino como seres humanos capaces de pensar por sí mismos.


   La Introducción:

  La introducción de "Sobre la libertad" no es un mero preámbulo: es un manifiesto en toda regla. En apenas unas páginas, John Stuart Mill instala con precisión una pregunta fundamental que atraviesa la obra como un hilo invisible pero constante:

    ¿Dónde termina la autoridad de la sociedad y comienza la soberanía del individuo?

    Puede parecer una interrogante abstracta, pero encierra una urgencia práctica y existencial. Mill no escribe para una élite académica. Se dirige al ciudadano despierto, al lector inquieto, a todo aquel que intuye, aunque sea vagamente, que la libertad, cuando no se protege con lucidez, se desvanece en el aire.

    A través de una prosa clara y apasionada, Mill nos traslada a un momento histórico en el que la opresión ya no se ejerce solo desde tronos o decretos, sino desde algo más sutil y penetrante: la opinión pública, la presión social, las costumbres impuestas por la mayoría. El verdadero peligro ya no es solo vertical; ahora se disfraza de consenso, se diluye en la masa. Es la dictadura de lo normal, de lo aceptado, de lo que todos piensan, en fin, de lo "políticamente correcto".

       Es aquí donde el espíritu socrático que recorre la obra cobra sentido. Mill no impone verdades; nos obliga a formular preguntas incómodas, a desconfiar de las certezas heredadas, a desenterrar nuestros valores y contrastarlos con la idea de libertad como bien supremo.

     Su brújula ética es intransable: la única justificación válida para limitar la libertad de alguien es evitar el daño a otros. No el escándalo, no el prejuicio, no la costumbre ni la moral impuesta por el grupo.

    En un tiempo como el nuestro, saturado de información, de ruido ideológico, de linchamientos digitales y cancelaciones morales, las palabras de Mill no pierden un ápice de vigencia. Por el contrario, se vuelven faro: la libertad solo florece allí donde hay pensamiento crítico, coraje intelectual y un respeto profundo por el otro, incluso, y especialmente, por aquel que no piensa como nosotros.

     Capítulo I: "La libertad de pensamiento y expresión":

      El primer capítulo se erige como un manifiesto vigoroso en defensa de la libertad de pensamiento y de expresión. Mill no las concibe como simples prerrogativas individuales, sino como fundamentos ineludibles para el avance moral e intelectual de la humanidad.

    Silenciar una opinión, advierte, no es un acto neutral: es un agravio al entendimiento colectivo. No se trata de que toda opinión sea verdadera, sino de que su presencia obliga a la verdad a explicarse, a purificarse, a mantenerse viva en la llama del contraste. Una verdad que no se discute degenera en dogma; una creencia que no se confronta, en costumbre vacía. La libertad de expresión, por tanto, no es solo un derecho: es el aliento mismo de la razón.

    Mill entronca aquí con la tradición más alta del pensamiento filosófico. Sócrates eligió la muerte antes que traicionar la voz de su pensamiento. Mill retoma esa actitud y la proyecta hacia una sociedad que debe aprender a tolerar el error, no como una amenaza, sino como parte indispensable del camino hacia la verdad. Anticipa objeciones, despliega contraargumentos y sostiene, con serena firmeza, que ningún poder tiene la custodia de la verdad absoluta.

    En época de censuras veladas, de unanimidades impuestas, de algoritmos que premian la adhesión y castigan la disidencia, sus palabras resuenan con inquietante vigencia.

    ¿Estamos dispuestos a escuchar al que disiente o preferimos sofocar la diferencia bajo el pretexto del orden, del progreso o de la corrección?

    Mill nos interpela con una verdad punzante: “Si no puedes defender tu verdad ante una falsedad, quizás no la comprendes del todo.” Atreverse a pensar, incluso cuando pensar duele. Ese es, quizás, el último reducto de la verdadera libertad.


     Capítulo II: "La libertad de acción: vivir según la propia voluntad."

    En el segundo capítulo, Mill desplaza el foco desde la libertad de pensamiento hacia un terreno aún más desafiante: la libertad de obrar, de vivir según la propia voluntad, incluso cuando esa voluntad contravenga normas, hábitos o las expectativas de la mayoría.

    Aquí aflora con toda su fuerza la dimensión práctica de la libertad. Pensar distinto es una cosa; vivir de acuerdo con aquello que se piensa, cuando eso rompe con las convenciones sociales, es otra más arriesgada. Es precisamente en ese umbral  donde, según Mill, muchas sociedades claudican. No basta con tolerar ideas en el plano abstracto: hay que permitir que esas ideas se encarnen en estilos de vida reales, visibles y posibles.

    Mill sostiene que el individuo es soberano sobre sí mismo: sobre su cuerpo, su mente y su destino. Una afirmación que, en el contexto de su tiempo, fue radical. Y que hoy, en medio de nuevas formas de control simbólico, emocional y digital, sigue siendo desafiante. Porque una sociedad verdaderamente libre no es la que impone un modelo de vida correcto, sino aquella que abre espacio para la diferencia, incluso para el escándalo, para la disidencia, para lo que aún no comprendemos.

    Por eso Mill valora a los “caracteres fuertes y originales”: no como rarezas, sino como catalizadores de renovación. Son ellos quienes expanden los márgenes de lo posible, sacuden las costumbres fosilizadas y nos recuerdan, con su sola presencia, que la libertad no es un ideal lejano, sino una posibilidad concreta.

    Hoy, en tiempos donde la presión por “encajar” se ha multiplicado por mil en redes sociales, donde lo distinto suele pagarse con aislamiento o burla, este capítulo se vuelve un llamado urgente: a defender la libertad no solo de pensar, sino de ser.


    Capítulo III: "La importancia de la individualidad"

    En este capítulo, Mill sostiene que la individualidad no debe ser meramente tolerada, como quien concede una excepción incómoda, sino activamente promovida y cultivada como uno de los pilares esenciales de una sociedad verdaderamente libre. Con esta afirmación, se aleja del simple liberalismo político institucional para adentrarse en un terreno más hondo y personal: la autonomía del alma, la autenticidad como valor supremo.

     Para Mill, una sociedad que obliga, por presión moral, tradición o costumbre, a que sus miembros piensen igual, vivan igual, se vistan igual o aspiren a lo mismo, es una sociedad que renuncia a su propio desarrollo. La uniformidad, advierte, es enemiga del progreso humano. Solo a través de la expresión genuina del carácter individual del temperamento, los intereses, las pasiones e incluso las excentricidades puede florecer una civilización rica, diversa, intelectualmente fértil.

    Lejos de parecer obvia, esta idea constituye una crítica feroz y vigente a todas las fuerzas que tanto hoy, como ayer, buscan moldearnos en serie: la moral impuesta, la educación domesticadora, los discursos oficiales, los medios de masas, y en nuestros días, los algoritmos que encierran en burbujas de pensamiento complaciente. Mill anticipa, con inquietante lucidez, el riesgo de una “dictadura de lo normal”.

    Una sociedad libre necesita personas vivas, con iniciativa, con criterio propio, con la valentía de disentir. No meros eco de las voces ajenas, sino conciencias despiertas, capaces de romper inercias y abrir nuevas rutas. De esas almas solitarias y valientes nacen las ideas que transforman el mundo.

    Mill no exalta la individualidad como un gesto romántico. Lo hace porque cree, firmemente, que en ella reside el motor del florecimiento humano: "Atrévete a ser tú mismo, aunque incomodes. Especialmente si incomodas."


    Capítulo IV: "De los límites del poder de la sociedad sobre el individuo":

    Este capítulo aborda uno de los dilemas más complejos de la vida en comunidad: ¿hasta qué punto tiene derecho la sociedad a intervenir en la vida del individuo? Mill se mueve aquí con cautela, porque reconoce que toda libertad ocurre dentro de un marco social; no somos islas, vivimos conectados.

    El principio rector que propone sigue siendo el mismo:

    La única razón legítima para restringir la libertad de una persona es evitar daño a otros. Pero este capítulo da un paso más al explorar situaciones grises, donde esa línea entre daño a otros y autonomía personal no siempre es clara.

    Mill advierte contra dos peligros: El exceso de control social disfrazado de moral pública y la indiferencia hacia comportamientos antisociales que sí causan daño real.

    Aquí emerge el espíritu socrático: ¿Qué significa “dañar al otro”? ¿Quién establece ese daño? ¿Cuál es el rol de las leyes y cuál el de las costumbres? ¿Es legítimo juzgar y sancionar estilos de vida distintos solo porque no encajan en lo “normal”?

    Mill sugiere que la vigilancia más peligrosa no es la policial, sino la moral. La mirada del otro, cuando se convierte en tribunal, puede ser más opresiva que la ley. Y sin embargo, una sociedad sin normas compartidas tampoco puede funcionar.

    El equilibrio no es simple. Se trata de crear una cultura donde la crítica no se transforme en linchamiento, y donde la libertad no se convierta en egoísmo. Para Mill, el individuo debe tener el espacio para crecer y errar, pero también la responsabilidad de considerar el efecto de sus actos sobre los demás.


    Capítulo V: Aplicaciones prácticas de los principios:

    En el último capítulo Mill abandona  la abstracción teórica para enfrentar un desafío más complejo: el de la acción concreta. Con sobriedad y rigor, toma los principios previamente desarrollados (la libertad de pensamiento, de acción, de individualidad, y los límites legítimos al poder social) y los somete a prueba en el terreno de la vida real.

    Mill se interroga sobre las tensiones que surgen cuando la autonomía individual parece chocar con el bien común. ¿Debe una sociedad civilizada permitir que un individuo se autodestruya en nombre de su libertad? ¿Tiene el Estado derecho a intervenir en los hábitos privados, en la educación, en las costumbres, en la intimidad misma? ¿Dónde trazar la línea entre el respeto a la persona y la necesidad de un orden compartido?

    Su respuesta, aunque fiel al principio rector del daño a terceros, no es dogmática. Mill reconoce que hay contextos, como el de los menores de edad o personas incapacitadas, en los que la libertad requiere protección, guía y, en ocasiones, límite. Pero insiste: la libertad nunca puede ser reducida a mero capricho ni aplastada bajo el peso de la costumbre o la opinión pública. Es un derecho y también una responsabilidad. Exige madurez, lucidez moral, y el coraje de sostenerse en pie frente a las presiones del conformismo.

    Es un capítulo final que anticipa debates aún hoy estremecedores en nuestras democracias: el rol del Estado frente a la vida privada, los límites de la corrección social, la delgada frontera entre cuidado y control. Mill nos advierte que el verdadero peligro no siempre proviene del poder institucional, sino de la mirada inquisitiva de la mayoría, del juicio social que pretende dictar cómo se debe vivir, pensar o sentir.

    Mill concluye su obra con la altura de un pensador mayor: afirmando que la libertad no es licencia ni caos, sino un ideal arduo, elevado, profundamente humano. Y que en cada acto de pensamiento autónomo, en cada elección personal hecha con conciencia, se juega no solo nuestra dignidad, sino la vitalidad misma de la democracia.


    Conclusión:

    Al cerrar "Sobre la libertad", no solo dejamos atrás un tratado filosófico: abandonamos sus páginas con la inquietud de quien ha sido interpelado en lo más íntimo. John Stuart Mill no escribe para lectores del siglo XIX. Habla, con voz serena y firme, al porvenir y es hoy.

    En el 2025, vivimos inmersos en democracias frágiles, un mundo ideologizado y saturado de información. Inmersos en el ruido constante de las redes sociales, donde la libertad parece a veces confundirse con espectáculo y la opinión pública se hace valer con fuerza. Nunca como ahora ha sido tan fácil censurar sin argumentos, seguir sin pensar y replicar sin comprender. En este contexto, las ideas de Mill adquieren una vigencia urgente, casi profética.

    Su defensa de la libertad de pensamiento nos recuerda que el disenso no es una amenaza, sino el oxígeno de toda sociedad viva. Su exaltación de la individualidad nos advierte que no hay progreso en la homogeneidad, y que lo distinto, aunque incomode, debe ser protegido, no suprimido. Su llamado a limitar el poder social, incluso cuando se presenta en forma de moralidad mayoritaria, nos obliga a repensar la forma en que juzgamos y condenamos al otro.

    La libertad que Mill nos propone no es cómoda. Es exigente. No se trata de hacer lo que se quiere, sino de pensar por cuenta propia, de actuar con responsabilidad, de vivir con conciencia de los otros sin renunciar a uno mismo. Ese es, quizás, el mensaje más profundo de esta obra: que la libertad no es un punto de llegada, sino una práctica cotidiana, un ejercicio constante de dignidad personal y compromiso cívico.

    Y es en este siglo XXI convulso y desafiante, donde la lectura de "Sobre la libertad" se vuelve  se vuelve imprescindible.

    Saludos.

miércoles, 2 de abril de 2025

El Túnel" de Ernesto Sábato: Una exploración de la obsesión y la soledad

    "El Túnel" es una novela considerada una de las obras maestras de la literatura latinoamericana. Publicada en 1948, fue escrita por el argentino Ernesto Sábato, quien además de novelista, fue pintor y doctor en física. Esta novela corta impacta desde el inicio, ya que, escrita en primera persona, revela su desenlace en las primeras líneas. Desde el primer párrafo, el protagonista, Juan Pablo Castel, confiesa haber asesinado a su amante, María Iribarne. 

  Uno podría pensar que se trata de una novela policial, pero en realidad, al conocer el crimen desde el principio, la historia se centra no en descubrir al asesino, sino en comprender su mente. Es, por tanto, una novela psicológica que nos sumerge en la angustia y el delirio de Castel, un hombre atrapado en su obsesión y su incapacidad de comunicarse con el mundo.

    La historia comienza en una exposición de arte, donde Juan Pablo Castel, un pintor de cierto prestigio, exhibe su obra. En su cuadro La Maternidad, una pequeña ventana con vista al mar pasa desapercibida para todos, excepto para una mujer: María Iribarne. Su capacidad de percibir ese detalle conmueve profundamente a Castel, quien ve en ella a la única persona capaz de entenderlo. A partir de ese instante, la obsesión lo consume.

    El pintor recorre Buenos Aires buscándola, deja de pintar, pierde el interés en todo lo demás. Finalmente, la encuentra y logra entablar con ella una relación marcada por la incomunicación, los celos y la paranoia. La relación se vuelve cada vez más tóxica y asfixiante. Cuando Castel descubre que María está casada con un hombre ciego llamado Allende, su inestabilidad mental se agrava. Convencido de que ella le es infiel con múltiples amantes, su mente se llena de sospechas y delirios que lo llevan a cometer el crimen.

    Lo interesante de la narración es que Castel justifica sus actos constantemente. El relato, al estar contado en primera persona, nos sumerge en su subjetividad, en sus contradicciones y en su razonamiento distorsionado. María Iribarne, en cambio, permanece en la sombra; la conocemos solo a través de la mirada posesiva del protagonista. Su silencio y su aparente ambigüedad refuerzan la sensación de misterio y de incomunicación, un tema central en la obra de Sábato.

    La novela refleja la angustia existencial del ser humano y la imposibilidad de una verdadera conexión entre las personas. Castel se percibe como un incomprendido, y su obsesión por María es el reflejo de su desesperación por encontrar alguien que le dé sentido a su existencia. Pero, incapaz de amar de manera sana, termina destruyéndola.

    Hoy, El Túnel cobra nueva relevancia, ya que Juan Pablo Castel encarna el estereotipo del hombre controlador y violento, cuyas acciones resuenan con los debates actuales sobre la violencia de género. Es sorprendente cómo Sábato, en los años cuarenta, logró anticipar temas que décadas después dominarían la conversación social.

    Pese a su tono oscuro y perturbador, la novela se lee con facilidad y atrapa al lector hasta el final. Es una obra imprescindible, de esas que dejan una huella imborrable en la literatura y en la mente de quien se adentra en su historia.

    Saludos.